Esto es urgente. Hay que evitar otra crisis humanitaria.

Con la frase que da título a este post, el Ministro para el Desarrollo Internacional de Noruega, Erik Solheim, quiso poner de relieve durante la conferencia de Oslo del pasado mes de febrero el peligro que suponen las bombas de racimo.

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Un B-1 Lancer soltando bombas de racimo

Un documento de trabajo del Real Instituto Elcano lo explica estupendamente. Permitanme que les reproduzca uno de los primeros párrafos para centrar la cuestión:

Las bombas de racimo producen efectos discriminados y desproporcionados al daño que pretenden causar, por lo que su uso sería constitutivo de violación del Derecho Humanitario Internacional. En primer lugar, sus efectos se diseminan por una zona de gran amplitud, por lo que el delimitar su daño a un objetivo concreto resulta muy difícil. Es por ello que cuando estas armas son usadas cerca de la población civil constituyen casi con total seguridad una forma de ataque indiscriminado, pues en una zona de gran tamaño no es posible distinguir entre objetivos civiles y militares. Por otro lado, parte de las municiones que se desprenden o fragmentan de cada “racimo” no llegan a explotar, convirtiéndose en una suerte de minas antipersona, con un peligro evidente para los habitantes del lugar incluso después de acabado el conflicto armado. De hecho, la mayoría de las víctimas por los efectos de las bombas de racimo identificadas hasta la fecha son civiles y, en una proporción mayor que en cualquier otro tipo de arma conocida, niños.

Es decir, las bombas de racimo son armas de efecto indiscriminado y desproporcionados que podrían constituir una violación del Derecho Internacional Humanitario. A lo que hay que añadir las dificultades para el desarrollo que sufren las zonas bombardeadas con este tipo de armas.

Para luchar contra ellas, del mismo modo que se hiciera contra las minas antipersona, Noruega ha iniciado un proceso para regular su uso y fabricación, bien sea para prohibirlas, bien sea para limitarlas. La solución definitiva está por determinar. Lo que está claro es que se quiere un tratado para 2008 sobre la cuestión.

Pero Noruega no está sola, una coalición de ONGs se ha sumado a la batalla. La Coalición contra las Municiones de Racimo ha tomado un importantísimo papel en la cuestión. Se trata de una coalición en la que también toman parte ONGs españolas como Moviment per la Pau y Fundació per la Pau.

Y es que la cuestión en sangrante, un cuadro que muestra los resultados de un informe muestra que en Kosovo el 98% de las víctimas de las bombas de racimo son civiles y de ese porcentaje el 27% son niños.

Uno de los puntos clave será, al igual que ocurrió con las minas antipersona, el analizar la utilidad militar de dichas armas. Si bien fueron diseñadas para combatir a filas de carros blindados durante la Guerra Fría parece que, hoy día, la mayoría de sus poseedores no tienen probabilidades de verse sometidos a un ataque de ese tipo (aunque esto seguramente podrán explicárselo mejor Jorge Aspizua, Jesús Pérez o Pedro Lucio). En cualquier caso, como afirma el informe, «sea cual sea su utilidad militar, sus consecuencias humanitarias son mayores».

En fin, habrá que esperar y ver qué ocurre en Lima durante el próximo mes de mayo, donde tendrá lugar la próxima reunión del proceso de Oslo. Aunque yo nunca he sido mucho de los de «esperar y ver»… Ya me entienden.

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