O seguiremos llevándonos sorpresas…

Al tiempo que empiezo a escribir este artículo comienza en el Parlamento de España el proceso de ratificación del Tratado de Lisboa. Oigo al Ministro de Asuntos Exteriores al fondo.

Seguramente, por no decir «seguro», mañana las portadas de los periódicos destacarán el resultado del partido España-Rusia de la Eurocopa. El asunto del Tratado también aparecerá pero no se le dará tanta importancia.

El Tratado de Lisboa es importante por muchas cosas: la Carta de Derechos Fundamentales pasa a ser jurídicamente vinculante, crea un espacio de libertad seguridad y justicia comunitario (antes era una cuestión intergubernamental), la UE gana capacidad de interlocución internacional al crear las figuras del Presidente permanente del Consejo Europeo y del Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, entre muchas otras cosas. Pero hay algo por lo que es todavía más importante.

Este Tratado es especialmente importante porque hace que la UE sea mucho más democrática. Se crea la iniciativa ciudana, con la que un millón de ciudadanos podremos promover nuevas normas; el Parlamento Europeo, nuestro representante directo en la UE gana poder y casi nada puede ser decidido sin su participación; los Parlamentos Nacionales ganan protagonismo.

Y esto no es cháchara. Significa que a partir de ahora los ciudadanos tenemos mayor poder en la UE. Y un mayor poder implica una mayor responsabilidad.

Los asuntos europeos pueden sonar a muchos como algo lejano. Tiene que dejar de sonar como algo lejano porque todo lo que se decide en las instituciones nos afecta tanto o más que lo que decide el Parlamento español. Lo que allí ocurra es, y más a partir de ahora, nuestra responsabilidad. Debemos prestar atención, ser críticos, reflexionar, sugerir y pronunciarnos sobre todo lo que ocurre en el ámbito europeo.

De lo contrario, seguiremos llevándonos sorpresas como la Directiva de las 65 horas