Un Cuento sobre la Innovación

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A mi hermanita

Hace mucho, mucho tiempo… la gente hacía fotografías igual que hacemos hoy. Bueno, igual, lo que se dice igual, no. No hacían fotografías con el móvil como hacemos hoy. Antes la gente tenía unos cacharritos que solamente servían para hacer fotos. Se llamaban cámaras de fotos.

Las cámaras de fotos eran muy rudimentarias, tenían un visor en el que tenías que poner el ojo para ver lo que estabas fotografiando. Como no había zoom digital tenías que acercarte o alejarte de lo que querías fotografíar. Solamente las cámaras buenas tenían zoom (óptico en cualquier caso).

Cuando habías terminado de moverte le dabas a un botón y la foto estaba hecha. Entonces -atención- tenías que girar una pequeña rosca dentada que hacía girar el carrete de fotografías para preparar la siguiente. Cuando oías el «clack», es que ya estaba preparada la cámara para la siguiente foto.

¿Que qué era eso de un carrete? Te cuento: antes no había memorias en las cámaras, había carretes. Tenías que comprar un carrete en una tienda para poder «guardar» las fotografías. Los carretes podían ser de 12, 24, 36 o 48 fotografías. Eran de usar y tirar. ¿Fuerte verdad? Una de las partes más tensas era cuando tenías que rebobinar el carrete. Si no lo hacías bien y abrías la cámara con el carrete sin rebobinar o a medio rebobinar, te quedabas sin fotos.

En cualquier caso, nadie te garantizaba que fueras a tener esas 12, 24, 36 o 48 fotografías. Una vez tirada la foto, todo quedaba en una incógnita hasta que procedías a… ¡revelar las fotos! Cuando habías consumido el carrete ibas a una tienda para que te hicieran eso que se llamaba «revelar las fotografías«… Y no, no era un proceso instantáneo. El revelado era un proceso algo largo. Generalmente tenías que volver al cabo de unos días a recoger tus fotografías. ¿Alucinante, verdad?

Sin embargo, cuando ibas a buscar tus fotos era muy emocionante porque, además de ser la primera vez que las veías, en ocasiones había fotografías que no salían. «Hay cinco fotografías que no han salido» te decía lacónicamente el tendero. Y aunque tu habías pagado por un carrete de doce, pues te llevabas sólo siete fotos a casa. Eso sí, únicamente pagabas por las fotografías que habían salido (pero en cambio sí te cobraran las que habían salido… pero mal). Sí, sí, lo habéis oído bien: ¡había que volver a pagar!

También tenías que pagar si querías hacer copias de las fotografías para que también las tuvieran tus amigos o si querías ampliar o reducir la fotografía ¿Te imaginas? Por cierto, también en ese momento aprovechabas para comprar pilas para la cámara. Como no tenían baterías tenías que gastarte cada cierto tiempo un dinero para poder hacer fotografías con flash.

Afortundamente, llegaron las cámaras digitales y, después, los móviles con cámara. Seguramente te sorprenda pero no hubo ninguna Ley por entonces que intentara sostener a esa industria que en poco tiempo se había quedado anticuada. No la hubo porque no hizo falta. No hubo Ley para proteger un modelo anticuado porque se apostó por la innovación. La industria fotográfica hizo sus deberes: decidió no aferrarse al pasado y embarcarse en un futuro prometedor.

Imagen: Shermeee