La Sociedad que Merecemos

Uno echa la vista alrededor… ¿y qué ve? Desigualdades que pese a ser constantemente combatidas permanecen siempre iguales. Políticos que se llenan la boca de palabras vacías cuando no de verdaderas mentiras. Grandes Organizaciones No Gubernamentales que replican la burocratización y el ansia de poder de quienes critican. Universidades de mente estrecha que premian el conformismo y castigan a quien escribe fuera de los márgenes. Poderosísimas empresas sin más objetivo que el lucro incluso a costa de gozo de los más desfavorecidos. Periodistas con miedo.

Ésto es lo que muchos ven. Esto es lo único que muchos ven.

Otros, en cambio, ante el mismo panorama ven algo distinto. Una mujer que reivindica sus derechos. Un sobrio congresista que lleva años luchando por sus ideales. Un grupo de gente que sale de madrugada a repartir mantas y bebidas calientes a los indigentes. Un universitario que da la cara por sus compañeros. Un empresario que no duerme pensando en como salvar el puesto de trabajo de su empleado. Un reportero que muestra lo que nadie quiere ver.

Estas otras personas, en realidad muchas más que las primeras, tienen dentro una pequeña luz. Es la luz de la curiosidad, del querer saber, de la reflexión, del inconformismo y de la acción. Son personas que no están dispuestas a vivir por más tiempo con los ojos vendados sin saber adonde les están llevando. Que no se resignan a vivir en un mundo pretendidamente aciago y sombrío. Personas que, con su luz, están dispuestas a disolver las sombras, a iluminar el camino encabezando una marcha hacia un mundo mejor.

Sin embargo, hasta hoy, el poder ha sido de los grandes. Quien se sabía pequeño tenía la costumbre de conformarse pensando que no le correspondía a él tomar las decisiones trascendentes. De vez en cuando se regocijaba en el éxito de un semejante que se había convertido en la mecha de un gran cambio estructural. Pequeñas anécdotas en un mundo de gigantes que arrojaban luz o sombra sobre los asuntos que debían o no interesarnos.

Ese mundo ha cambiado. Con la llegada de las nuevas tecnologías de la comunicación, con Internet y, en particular, con la extensión de la proyección de cada uno de nosotros a través de nuestros blogs, nunca antes el individuo había sido tan relevante. Ya no estamos solos. Estamos unidos por una enredadera capaz de arder en cuestión de segundos. Hoy, la energía de uno puede inflamar los espíritus de otros con una velocidad y determinación tal que puede lograr cambios insospechados. Estamos conectados y eso nos hace poderosos. Tenemos el poder de fijar la agenda.

La cuestión es entonces cómo utilizaremos ese poder. ¿Cambiaremos el mundo o seguiremos lamentándonos? Si bien a este respecto podemos todavía interrogarnos, no cabe duda, por otra parte, de que la respuesta está en todos y cada uno de nosotros.

Tendremos la sociedad de la que nos hagamos merecedores.