Un profundo error

Desinvitar a los gays y lesbianas de Israel es un profundo error.

Nadie en el mundo puede defender el salvaje ataque del ejército israelí a la flotilla que quería denunciar el vergonzoso bloqueo de la Franja de Gaza. Pocos han sido los que todavía no han condenado los asesinatos de nueve personas que se encontraban a bordo de aquellos barcos. Contados son los dirigentes israelíes que, dominados por un fanatismo escasamente lejano al que dicen combatir, justifican sin rubor la sangre derramada como si su paranoia les diera derecho a una legítima defensa perpetua.

Pero que, por unos días, estemos viendo a cara descubierta la esencia del gobierno conservador de Netanyahu y de los diputados del Likud no puede llevarnos a hacer pagar a quienes desde dentro, en el propio Israel, luchan por lograr un mundo más libre y más justo. Nada justifica el retirar la invitación a los gays y lesbianas de Israel a la marcha del Orgullo Gay de Madrid.

Cuando uno alcanza ciertas cotas de comodidad, cuando uno se acostumbra a ejercer sus derechos como si fueran algo indestructible y a vivir con normalidad corre el riesgo de creer que por arte de magia se ha convertido en una persona «normal»: olvidarse de que forma parte de una minoría cuyos derechos son pisoteados todos los días en el resto del mundo, donde en otros países del mundo por su condición sexual podría ser azotado hasta la muerte o colgado como ocurre hoy en Irán, perseguido por el gobierno y los medios como hoy en Uganda o puesto contra una pared para que una aprisonadora lo aplastara vivo como ocurría, hasta no hace mucho tiempo, en Afganistán.

En Israel, gays y lesbianas, pueden vivir con cierta «normalidad» en Tel Aviv pero en otras ciudades, en otros pueblos más pequeños, el fanatismo religioso se cuece lentamente como un putrefacto caldo de cultivo. Allí, personas como tu y como yo, sufren emboscadas, violencia y ven como se organizan turbas de radicales ortodoxos al grito de que la homosexualidad es una abominación y que hay que impedir que sus ciudadades «se contaminen».

El motivo que se ha utilizado para retirar la invitación es la seguridad; como si hordas de personas que abogan por la libertad y la tolerancia fueran a lanzarse al cuello de quienes, como ellos, defienden lo mismos valores en tierras inhóspitas. No, ese no puede ser el motivo. Porque si hablamos de seguridad, de evitar el peligro… ¿Qué mayor peligro que el que corren todos los días gays y lesbianas en ciertos lugares de Israel? ¿Qué mayor peligro que permitirnos olvidar que también en Israel hay que seguir luchando por nuestros derechos? ¿Qué mayor peligro que confundir a quienes son oprimidos con sus opresores?

¿Qué mayor peligro que la indiferencia?