Con las previsibles revueltas que están teniendo lugar en China, algunos países han comenzado a apuntar abiertamente la posibilidad de boicotear los Juegos Olímpicos de Pekín (aunque después se hayan retractado). Otros han decidido boicotearlos veladamente.
El boicot a los Juegos Olímpicos no es algo nuevo. Quizás el caso más destacado, y que más cercano nos pudo resultar, fue el de los Juegos de 1936 en la Alemania NAZI.
La elección de la ciudad de Berlín como sede de los Juegos Olímpicos tuvo lugar antes del ascenso de Hitler al poder. La decisión tenía que haberse tomado en 1931 en la reunión que el Comité Olímpico Internacional celebró en Barcelona, ciudad también candidata a la celebración, pero no fue hasta el año siguiente cuando, en Los Ángeles, se optó por la ciudad alemana.
Hitler llegaba al poder en 1933 y poco tiempo después, en 1935 promulgaba las Leyes de Nuremberg que privaban de la nacionalidad alemana a los judíos e intensificaron las persecuciones contra los opositores al régimen. El malestar internacional y el rechazo de los deportistas a ser utilizados por la propaganda NAZI llevó a plantear seriamente el boicot a los juegos. La alternativa era celebrarlos en Barcelona y así empezó a organizarse la Olimpiada Popular. Uno de los participantes, Eduardo Vivancos, lo contaba así en 1992:
El lugar idóneo era Barcelona que, como hemos dicho más arriba, ya había presentado su candidatura unos años antes. Como resultado se creó el Comité de la Olimpiada Popular de Barcelona bajo la presidencia de Josep Antoni Trabal; el secretario fue Jaume Miravitlles, conseller de la Generalitat de Catalunya y la fecha prevista fue del 19 al 26 de julio. Pronto llegarían adhesiones de Francia, Estados Unidos, Suiza, Canadá, Grecia, Suecia, Marruecos y muchos otros. Por razones obvias no llegaron adhesiones de Alemania pero, en cambio, se inscribieron muchos alemanes que residían fuera de su país y a los cuales estaba vedada la participación en los Juegos de Berlín.
Sin embargo, la Olimpiada Popular pese a estar preparada para celebrarse, nunca tuvo lugar: el 18 de julio se producía en España el alzamiento nacional.
La noche del 18 de julio Pau Casals dirigía los ensayos de la Novena Sinfonía de Beethoven que la orquesta, con la colaboración del coro del Orfeó Gracienc, iba a ejecutar al día siguiente en el Teatro Grec de Montjuïc en la inauguración de la Olimpiada. Durante el ensayo se presentó un emisario oficial que, con la voz alterada, gritó: «Suspendan el ensayo. Tenemos noticias de que esta noche habrá un alzamiento militar en toda España. El concierto y la Olimpiada han sido suspendidos. Abandonen todos, inmediatamente, el local».
Casals se quedó consternado. Se dirigió a los músicos y a los coristas y les dijo: «No sé cuando nos volveremos a reunir; os propongo que, antes de separarnos, todos juntos ejecutemos la sinfonía», y levantando la batuta continuó el ensayo, terminando en la parte final que dice:
Abrazaos, hombres,
ahora que un gran beso
inflama los cielos…
«¡Qué momento tan emocionante! y qué contraste» dijo Casals unos años más tarde. «Nosotros cantábamos el himno inmortal de la hermandad, mientras que en las calles de Barcelona, y de muchas otras ciudades, se preparaba una lucha que tanta sangre haría verter».
Hoy, más de setenta años después, me admira la determinación de los barceloneses de entonces de organizarse ante la injusticia y el oprobio. Al mismo tiempo me entristece la indeterminación y el vagar de la Unión Europea ante la situación en China. No podemos permanecer con los brazos cruzados mientras existen ciudadanos reprimidos que exigen recuperar lo que siempre les ha pertenecido: su libertad. Callar, mirar y no hacer nada, atenta contra nuestra dignidad.
¿Qué hacemos?