Me he reconciliado con el teatro

A Strindberg le gustó la alquimia y se nota. Le gustaba la reacción. Él mismo era reacción contra sí mismo (quizás la esquizofrenia tuviera algo que ver en todo esto…) y una de las mejores formas de experimentarlo es mediante la que es considerada su mejor obra: La Señorita Julia. Bien dicen por ahí que:

Se establece […] una constate lucha entre lo nuevo y lo viejo, el fuerte y el débil, una clase baja emergente y con instinto de supervivencia, y una clase alta abocada a la decadencia. También hay un enfrentamiento de la religión frente al ateísmo, la monarquía frente a la república, la emancipación de la mujer frente a su dependencia. Una lucha, en definitiva, de clases, de sexos y de ideas.

Gracias a la invitación de los amigos del Teatro Fernán Gómez, asistí ayer a la representación de este tórrido encuentro entre la hija de un conde y su sirviente. Tengo que decir que, después de dos experiencias desastrosas acudiendo a teatros de Madrid (Ay! Carmela! y Mahagony) por fin disfruté sentado en la butaca. Por fin una excelente escenografía al servicio de los actores, por fin actores alejados del histrionismo (aunque eso, también por la decisión de no usar micrófonos [contra los que nada tendría en el caso de una sala tan amplia] me dificultó en muchas ocasiones seguir el diálogo) , por fin una dirección que se aleja de lo fácil y que no pretende sermonear a nadie. Una dirección que consiguió algo muy difícil de lograr en el teatro: la transmisión de emociones cuando los personajes están callados. Fácil en el cine, difícil sobre las tablas. La música en directo y los leitmotivs utilizados con gran inteligencia.

Me he reconciliado con el teatro.