Política Exterior: los gobiernos centristas (1976-1982)

La política exterior de los gobiernos centristas se centró en tres ejes: el ingreso de en la Comunidad Europea, el diseño de una nueva política de seguridad y defensa, y la reformulación de las relaciones con Latinoamérica.

El ingreso en la Comunidad Europea fue el tema sobre el que hubo un mayor consenso. No podía ser de otra manera ya que, frente al atraso que había representado la etapa anterior, “entrar en Europa” significaba la modernización de España. En la primavera de 1976 se solicitaba el acceso al club comunitario.

Las negociaciones formales se iniciarían el 5 de febrero y digo formales porque entre 1979 y 1980 éstas estuvieron en realidad prácticamente paralizadas. Francia se dedicó a obstaculizar la entrada de España por los temores que nuestra entraba le suscitaba. Su sector agrícola se sentía amenazado. Este “parón”, también conocido como “giscardazo”, unido a la inquietud interna, acabó llevando al golpe de Estado del 23F. La principal consecuencia de este acontecimiento fue, sin embargo, que el resto de países europeos se percataran de los efectos que sus dilaciones tenían en la recién estrenada democracia española. Se lanzaron declaraciones a favor de incentivar el ritmo de las negociaciones, declaraciones vacías ya que esa aceleración no tuvo lugar hasta que hubo una renovación de partidos y equipos de gobierno en 1982, primero en Francia y después en España.

El diseño de una nueva política de seguridad y defensa constituyó también uno de los objetivos básicos en materia de política exterior durante la transición.

El primero gobierno de la Monarquía buscó todos los apoyos internacionales posibles. En el contexto de la política de bloques, el apoyo de Estados Unidos resultaba fundamental. Por ello se realizaron esfuerzos para sustituir los gravosos acuerdos de 1953 por un nuevo Tratado de Amistad y Colaboración que se firmó el 24 de enero de 1976.

Si bien la inserción en un sistema defensivo ligado a Estados Unidos era una cuestión relativamente pacífica, no lo era la cuestión de una posible integración en la OTAN. La cuestión estaba pendiente de un amplio debate parlamentario que el firme rechazo de los partidos de izquierda y de gran parte de la opinión pública hacían inviable. No era cuestión de romper el consenso en un momento tan delicado.

referendumotan.jpgLa situación comenzó a cambiar radicalmente entre 1980 y 1981. El ministro Oreja anunció en junio de 1980 el propósito gubernamental de iniciar negociaciones en 1981 para la incorporación de España a la OTAN. En febrero de 1981, el candidato a presidente de Gobierno, Calvo Sotelo, tras una sorprendente dimisión de Suárez, lo anunció ante el Congreso de forma firme. De esta forma, y tras un debate parlamentario de poco más de dos meses, en diciembre de 1981 el gobierno español presentaba la solicitud oficial. El 30 de mayo de 1982 España se incorporaba oficialmente a la OTAN como su decimosexto miembro.

La evolución de las relaciones españolas con Latinoamérica nos llevó de una hueca formulación de la Hispanidad basada en una concepción retórica de la herencia cultural a un nuevo modelo de comunidad en plena construcción sobre los valores de la igualdad y la independencia.

La intención de España era doble, por una parte presentarse como la puerta de entrada en Europa ante las repúblicas americanas y por otra presentarlo como baza para en su candidatura a la integración en la Comunidad Europea. Una posición algo ingenua ya que, por entonces, ya eran muchos los países europeos que tenían lazos con América siendo éstos, en ocasiones, muy intensos. En cualquier caso, los esfuerzos españoles resultaron en una mayor presencia en la región. España quedó incluida como miembro del Pacto Andino y se incorporó a la CEPAL. Firmó las declaraciones de Quito y de Caracas con proyecciones sobre desarrollo económico regional y fortalecimiento de instituciones democráticas y tuvo una actuación controvertida, su presencia como observadora, junto a Portugal, en la VI Conferencia de Países no Alineados celebrada en La Habana en septiembre de 1979, y la defensa de posturas progresistas en los conflictos de Nicaragua y El Salvador le valieron a la política de Suárez una fuerte crítica dentro de UCD. Con Calvo Sotelo se produce un rechazo de las posturas más arriesgadas y buena muestra de ello será la ambigüedad desarrollada durante la crisis de las Malvinas.

Un balance de esta primera etapa de las relaciones democráticas con Latinoamérica deja ver un panorama positivo pero desequilibrado, con máxima intensidad cultural y política y baja intensidad económica, pero que se ha constatado que funcionó como base para un incremento importante de la inversión económica que llegaría en los años siguientes.