Turquía y la Identidad Europea

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Creo que era en “La insoportable levedad del ser” donde Milan Kundera afirmaba que la identidad, el espíritu, de Europa se hallaba en la novela europea. Hoy, la literatura turca colma las estanterías de las librerías europeas teniendo como representante a Orhan Pamuk, nobel de literatura en 2007. ¿Toma parte Turquía en la conformación de esa identidad europea? ¿Turquía es Europa? ¿Qué quiere ser Europa?

Estas son las preguntas que cabe hacerse cuando yuxtaponemos dos cuestiones como la identidad europea y la posible adhesión de Turquía al club comunitario.

Es innegable que Turquía ha tenido siempre un papel en la Historia de Europa, desde la caída del Imperio Romano conservando su legado gracias al Imperio Bizantino; hasta la Historia más reciente en la que potencias europeas como el Reino Unido y Rusia se disputaban, no solamente su amistad, sinó también sus territorios por hacerse ésta ultima con un acceso a un mar sin hielos, por evitar ésto mismo la primera. Algunos afirmarán que su papel fue siempre el de un extraño, un papel secundario entre unos actores protagonistas que compartían valores comunes. Que los países europeos, como si hubieran sido siempre una masa homogénea, hubieran escrito la Historia al margen de la islámica Turquía.

Nada más alejado de la realidad. Europa fue, durante siglos, escenario de las guerras más cruentas, de los más viles asesinatos, de los más largos conflictos, debido a que los diferentes países que la conformaban tenían valores absolutamente contrapuestos. Ejemplo de ello: el enquistado conflicto entre católicos y protestantes, un conflicto que dividía a los europeos con un abismo de una profundidad tal que, hoy, las diferencias entre la Europa cristiana y la islámica Turquía resultan apenas un pequeño escollo.

Pero abandonemos por un instante el pasado y centremos estas líneas en la actualidad. En la confrontación entre una pretendida y petrificada identidad de Europa y la posible entrada de Turquía en la Unión Europea.

¿Turquía es Europa? Puede ser debatido, pero es, en realidad, como hemos visto, difícilmente debatible el hecho de que Turquía ha tenido históricamente un papel importante en Europa. Ha sido amiga y enemiga. Lo cual, nos viene a confirmar que ha sido algo. Que ha tomado parte en la que hoy somos. La cuestión es que hasta el nacimiento de la Unión Europea, tras la II Guerra Mundial, parecía claro que Europa, esa idea de una Europa unida que ya habían concebido pensadores como Immanuel Kant, incluía solamente a aquellos países en los que el cristianismo, la cultura judeo-cristiana, había tenido una mayor raigambre. Por ello, las sucesivas ampliaciones nunca suscitaron debates como éste con el que ahora nos encontramos. La Unión fue creciendo absorbiendo a aquellos que, tras años de haber considerado acérrimos enemigos, ahora eran vistos como hermanos, hasta que, un día, alguien distinto llamó a la puerta de Europa. Podemos afirmar que fue entonces, quizás, cuando Europa se encontró cara a cara con la Posmodernidad. Cara a cara con aquel que es diferente y que forma parte de nuestras vidas.

Turquía es diferente. Sí. ¿Pero cuán diferente es? Precisamente éste es el argumento principal de quienes se oponen a la entrada del estado turco en la Unión: Europa es un club cristiano y Turquía un país islámico. Turquía es diferente. Turquía no es Europa. Turquía, por lo tanto, no debe entrar en la Unión. Pero… ¿podemos afirmar, hoy día, que Europa sigue siendo un club exclusivamente cristiano? Sin obviar que el cristianismo sigue siendo la religión mayoritaria; no podemos negar su continua pérdida de creyentes en el continente europeo, no podemos negar tampoco el auge de otras religiones en países como el Reino Unido, Francia o Alemania donde se desarrollan en pie de igualdad y con total normalidad. Parece que esa identidad cristiana de Europa se diluye con el tiempo. ¿Y por la parte contraria? ¿Cómo de intenso es el Islam en Turquía? Hoy, el gobierno de Turquía es ocupado por un partido islámico, encabezado por Recep Tayyip Erdogan en el marco de un Estado laico en el que el Islam es solamente su religión mayoritaria. El Islam turco no es islamismo. No pretende hacer que el Estado se encuentre sometido a la religión. Al contrario, la realidad de los actos de Turquía nos demuestra, cada día, su voluntad de convertirse en una nación occidental, una nación moderna, defensora de los Derechos Humanos y de la Democracia. El camino hasta alcanzarlo es, todavía, largo pero resulta muy clara en que dirección camina Turquía. Turquía camina en dirección a Europa.

Por lo tanto, también va perdiendo fuerza otro de los argumentos sostenidos por quien se opone a su inclusión en nuestro club: el de ser un país con escaso respeto a los Derechos Humanos y de tímidos valores democráticos. Los más recientes acontecimientos nos dan la razón: si en enero un periodista que se había caracterizado por la denuncia del genocidio armenio era asesinado; se planteó enseguida la necesidad de reformar el código penal para desalentar la intolerancia; si hace tan solo unas semanas Abdhula Gül, miembro conservador del partido en el poder y temido por la posibilidad de que pueda quebrantar el laicismo del Estado, era propuesto como nuevo Presidente de la República, los ciudadanos, de fuertes convicciones democráticas y laicas, se manifestaron y siguen manifestándose en su contra y la oposición ha frustrado sus intenciones. Turquía, los ciudadanos turcos, han asumido un compromiso, un compromiso con la Democracia y los Derechos Humanos.

Pero la religión, la Democracia y los Derechos Fundamentales no son las únicas preocupaciones, legítimas por otra parte, de quienes se oponen a su adhesión. Sus detractores, pasando al plano del realismo político, afirman que la inclusión de Turquía lleva a las fronteras europeas a estar en contacto con zonas conflictivas como las representadas hoy por Siria, Líbano o el mismísimo Irak. Una fuente de problemas. Graves problemas. Y aquí es cuando la solución a este impedimento reposa únicamente en nuestra visión de la realidad. El contacto con dichos países… ¿es un problema o es una oportunidad? ¿Provocaría inestabilidad o daría lugar a una Unión Europea más fuerte, más legitimada para alzar su voz en oriente gracias a Turquía? Se trata de una cuestión de enfoque, de una cuestión relativa al papel que Europa quiere tener en el mundo.

Pero además de las respuestas que puedan darse a los detractores de la incorporación de Turquía al club europeo; existen otros argumentos que deben llevarnos a meditar sobre los beneficios de su entrada en la Unión.

En primer lugar, la cuestión de la energía. Ante un panorama de inseguridad energética, provocado por el alto precio del petróleo, en general, y por la desconfianza generada por los cortes en el suministro por parte de Rusia, en particular; por no profundizar en el temor europeo a la efectiva creación de una OPEP del gas; la adhesión de Turquía implica entrar directamente en contacto con la región del Cáucaso, esto es decir, con una de las principales fuentes de gas y petróleo del mundo. Recursos que China y Rusia, entre otros, están ya disputándose. La Unión Europea no puede quedarse atrás so pena de convertirse en un títere energético.

En segundo lugar, la cuestión militar. La voluntad de Europa de dotarse de un ejército común es de larga data y su plasmación más reciente la encontramos en el texto mismo del proyecto de Constitución para Europa. La Unión, que aspira a reforzar su papel en el mundo, es consciente de que lo ocurrido en los Balcanes no debería volver a repetirse. Es decir, Europa debe ser capaz de tenerla capacidad militar para intervenir cuando sea necesario, por sí misma y sin dependencia absoluta de su aliado norteamericano. La incorporación de Turquía, con uno de los mayores y más preparados ejércitos del mundo, puede acercarnos a ese objetivo.

Finalmente, para España, fuerte defensora de la candidatura turca, resulta importante que este país mediterráneo entre a formar parte de la Unión Europea. El mediterráneo es la zona de expansión natural de la influencia europea, el ámbito con una mayor potencialidad en la esfera política, económica y cultural. El Mar Mediterráneo es un mar de oportunidades. Así lo entienden los países del sur de la Unión. España, Francia, Italia, Portugal, Grecia… son firmes defensores del proceso euromediterráneo. Los países del norte de Europa, alejados de este marco, no son igualmente sensibles a esta realidad. Por ello es necesario impulsar la visión mediterránea en el resto de Europa. Tarea en la cual Turquía sería una inestimable aliada.

Sea como fuere, pese a lo expuesto, la realidad es que el debate sobre la identidad europea y la adhesión de la República turca es un debate actual. Un debate que tendrá como resultado, bien la constitución de una Europa clásica, formada por países de raíz cristiana; bien una Europa abierta y valiente, sin miedo a la diferencia y con voluntad de afirmar su posición en el mundo. En definitiva, se tratará de ver si Europa decide quedarse en la Modernidad, donde todos somos iguales y nos definimos por oposición a los demás; o si decide hacer su entrada en la Posmodernidad, donde, enfrentados a la diferencia, buscamos valores compartidos que nos permitan seguir avanzando juntos.